DESTINO
ARTURO JAVIER VALENCIA VILLADIEGO
ARTURO JAVIER VALENCIA VILLADIEGO
Jessamine Lovelace estaba aburrida, sentada en el
porche delantero del instituto de Londres, igual que los últimos ciento treinta
años. Veía caer la nieve, copo tras copo, deslizándose hasta chocar contra la gruesa
alfombra blanca que ya cubría la mayor parte del terreno. Se había jurado
permanecer en el instituto, se había jurado cuidarlo, pero una parte de ella,
como un pequeño trozo de esperanza, había surgido cuando creyó que, luego de
haber defendido el instituto del ataque de Sebastian Morgensten, podría
continuar y abandonar por fin este mundo.
–Jace, ya déjalo en paz.
–¿Por qué? Es sólo para probar si sus
runas funcionan.
Un grupo de voces subieron por el camino de entrada.
No esperó a que cruzaran la verja para acercarse, luego de la guerra oscura era
mejor prevenir. Los miro uno a uno. No reconoció a ninguno excepto… ¡¿Will?! Pero
no era posible, Jessamine sabía que él estaba muerto, ella misma lo había visto
partir y lo había acompañado hasta que encontró su luz. No, ese no era Will,
pero el parecido era impresionante: los mismos ojos azules enmarcados por
gruesos mechones de cabello negro. Sin embargo el muchacho que tenía en frente
carecía de la gracia de Will, no tenía su elegancia al caminar y, sólo tuvo que
hablar para que Jessamine dejara de ver el parecido.
–No te cansaras de esto ¿verdad, Jace?
–le preguntó a un chico rubio que sostenía la mano de una chica pelirroja.
–No –contestó este con una sonrisa
burlona, dirigida a un muchacho alto y de cabello castaño, que caminaba con un
brazo alrededor de la cintura de una chica… ¿Cecily?
Por un momento Jessamine creyó que había terminado de
enloquecer. Miró a la chica una segunda vez. No, no era Cecily, pero se le
parecía tanto como el otro chico a Will.
–Por el Ángel, Jace… -comenzó el
semiclon de Will.
–Alexander Lightwood –la chica que se
parecía a Cecily se había detenido, interrumpiendo al chico– no le des más
cuerda ¿quieres? –Jessamine se quedó helada ¿Acaso había escuchado Lightwood?
–Tu hermana tiene razón, Alec –corroboró
un hombre al que Jessamine sí estaba segura de conocer: Magnus Bane.
<<Así que, Alexander Lightwood y hermana. –Pensó
Jessamine– Eso lo explica todo.>>
–Vamos. Nos deben de estar esperando –dijo
el brujo, mientras tomaba a Alec de la mano y adelantaba al grupo.
Jessamine los observó alejarse en dirección a las
puertas dobles que daban al recibidor, conversando y riendo. En realidad, por
un momento, había creído verlos de nuevo, a sus amigos. Respiró hondo a pesar
de que técnicamente no podía respirar. Deseaba reencontrase con ellos.
Un movimiento a sus espaldas le llamó la atención. Se
giró y vio a un niño observándola. Había creído que era parte del grupo cuando
los vio llegar, él había estado todo el tiempo junto a la chica Cecily. Pero
ahora que lo podía ver mejor se daba cuenta de que había sido un error. La
trasparencia de su piel delataba su naturaleza, igual que el hecho de que no
tuviera, literalmente, los pies sobre la tierra.
Se inclinó para verlo mejor. No tendría más de nueve
años de edad, tal vez incluso menos.
–Mmmm… hola –lo saludó Jessamine. No supo
qué más decir.
–¿Eres un fantasma verdad? –preguntó el
niño, casi en un susurro.
–Sí. Igual que tu –respondió, con la
voz más dulce que pudo.
El niño bajó la cabeza y se miró las manos. La
expresión de su rostro le partió el corazón.
–¿Por qué estás aquí, cariño? –Jessamine
le puso una mano sobre los hombros.
–Izzy –dijo. Casi no pudo oírlo– Yo no…
tengo que estar con ella.
–¿Tienes?
–Me extraña. Sé que le duele, puedo
sentirlo, su dolor –se puso una manita sobre el pecho– aquí.
Jessamine lo miró con pesar. Quiso abrazarlo. Esa era
la peor parte de morir, la razón por la que habían tantos espíritus vagando
sobre la tierra. Sentir el dolor de las personas que te aman, sentir que te
estrujan el alma con cada una de sus lágrimas y, aunque con el tiempo se hace
más leve, entre más amor has recibido, más tarda en irse el dolor.
–¿Cómo te llamas, cariño? –le preguntó
con dulzura.
–Max.
–Max, Izzy es tu hermana ¿no?
–Sí.
–Eh estado aquí por ciento treinta años
–suspiró– y sé que ella estará bien.
–¿Cómo lo sabes?
–Porque así debe ser. Nunca dejará de
dolerle pero mejorará, con el tiempo.
–¿Y se olvidará de mí? –preguntó, con
voz angustiada.
–No, eso nunca. Pero le dolería más
saber que estás aquí, sufriendo por ella.
–¿Debo irme? –preguntó en voz baja– ¿A
dónde?
–A buen lugar, cariño. Uno donde no hay
dolor –le dijo, con una sonrisa.
–¿No volveré a verla? –preguntó, una lágrima
se deslizaba por su mejilla.
–Claro que sí –le respondió mientras se
agachaba para verlo a los ojos– pero tendrás que esperar un poco.
De repente una luz descendió del cielo, como si fuera
un copo de nieve. Ambos se miraron y Jessamine supo, al igual que Max, que era
hora de partir. Se tomaron de la mano y, juntos, tocaron la luz, mientras
Jessamine pensaba que todos esos años de espera habían valido la pena y que, no
habían sido sólo para proteger el Instituto, sino que, de alguna forma, Max
había sido trazado en la línea de su destino y ella, encantada, guiaría a Max,
dejando este mundo junto a él.
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